Allá por el año de 1869 y en forma por demás casual, fueron descubiertas en las inmediaciones del pueblo de Huitzuco,al lado sur y a escasos dos kilometres del caserío, unas ricas minas de mercurio, con leyes fabulosas en el mineral.
Ruinas de la Mina
Como todos estos descubrimientos, pronto fue convirtiéndose el raquítico y olvidado poblado en un centro minero al que acudían gentes de todas partes del mundo.
La explotación de este mineral se inició al poco tiempo y como era natural en aquella época, una riqueza de tal naturaleza tenia que caer en manos de favorites y gente pudiente de la administración.
Así fue como estos fundos pasaron a pertenecer al suegro de Don Porfirio Díaz, el Sr. Dn. Manuel Romero Rubio. Fue este el principio de las calamidades de los sencillos y sufridos habitantes de Huitzuco.
Pronto el pueblo se convirtió en emporio de actividades mineras, pero al mismo tiempo, sus vecinos comenzaron a sufrir las consecuencias de los sistemas feudales que los dueños de estos fundos implantaron en la explotación y administración de sus negocios.
El sistema de beneficio de aquella época para esta clase de minerales, era el de calcinación en grandes hornos castellanos, atizados con leña y la condensación de los vapores mercuriales,
producto de esa calcinación, se hacia en grandes recamaras construidas de mampostería. Un proceso en el que se aprovechaba tal vez un cincuenta por ciento de las leyes del mineral,pero que por la enorme riqueza de los minerales, pues había "pepena" que daba hasta el cincuenta por ciento de mercurio, los rendimientos para la empresa eran fabulosos.
Sin embargo, los jomales que se pagaban a los trabajadores eran en realidad irrisorios, pues el jornal establecido era de $0.25 a $0.30 por dia y la jomada de trabajo era de doce horas diarias.
De hecho la empresa nunca fue responsable de los accidentes en el trabajo, lo que continuamente ocurría, pues hay que imaginar que la explotación se hacia en el interior de la mina sin ninguna protección para el trabajador y los derrumbes eran tan frecuentes, que continuamente se oía la campana de la Capilla del Real avisando a los vecinos para que ocurrieran al auxilio de sus familiares, que habían quedado sepultados en el derrumbe.
Es necesario aclarar que jamás se pagaron daños por lesionados o muertos en el trabajo y ni siquiera los primeros auxilios se prestaban a los accidentados.
Semanalmente se abrían las recamaras de condensación para extraer el mercurio y barrer las cenicillas. Los infelices peones que entraban a este barrido, casi siempre morían a consecuencia de respirar los venenosos gases mercuriales y no había recurso alguno para exigir indemnización o compensación para estas victimas.
Esta situación prevaleció durante todo el tiempo que las minas fueron explotadas y todavía mas: el señor administrador en turno, era el amo y señor de la comarca, con poderes amplíes tanto en lo político como en el orden social.
Para esto tenia a su disposición constantemente, una competente escolta de rurales, que daban protección y apoyo a sus intereses y cumplían las consignas que cuadraban a sus particulares intereses y designios de cacique.
Las construcciones que la empresa levanto para la administración de esta explotación y para la habitación del administrador, estaban situadas a mitad de la distancia entre las minas y el pueblo, sobre una colina dominante. Inmediata a estas construcciones, se había levantado una capilla (del Real) por ordenes directas de dona Carmelita, esposa del Presidente Porfirio Díaz, e hija del Sr. Romero Rubio, heredera única de estos bienes.
El cacique fue el Sr. Antonio Moronati, temido y odiado a la vez por las gentes del pueblo y mas aun por aquellas que tenían la desgracia de chocar contra de sus particulares propósitos.
Eran tales los atropellos y abusos del cacique Moronati y ejercía tal dominio e influencia sobre las autoridades, que en cierta ocasión con pretextos baladíes iba a ser encarcelado por ordenes de Moronati el Sr. Donaciano Figueroa, pero este, por elemental dignidad se opuso a que le vejaran los rurales enviados por el cacique y en el forcejeo y cambio de golpes, los esbirros haciendo uso de sus armas le dieron muerte; acudiendo entonces sus hermanos Santana y Odilon para protegerlo, resultando también el ultimo de los nombrados herido cruelmente de un tiro en la mandíbula, herida a la que por fortuna pudo sobrevivir.
En el año de 1905, los esforzados ciudadanos de Huitzuco,con grandes sacrificios, puesto que las condiciones económicasde entonces eran precarias, lograron mediante la cooperación de todos los vecinos, traer al pueblo el agua del manantial de La Toma, distante cinco kilómetros al norte, adquiriendo para ello tubería de fierro de una y media pulgadas. Fue aquello un gran acontecimiento, pues desde esa fecha ya no tuvieron que preocuparse por ese elemento tan indispensable en la vida de la comunidad.
Pero desde entonces también, comenzaron a padecer por los abuses del cacique que aprovecho el trabajo del pueblo para su particular provecho. Valiéndose de los incondicionales del pueblo, logro apoderarse del ayuntamiento y consiguió llevar al Real, o sea a la casa del administrador, una tubería de pulgada y cuarto, que surtía no sólo el agua que ellos necesitaban, sino que constantemente esta se tiraba, regando el magnifico jardín de su casa.
La gente del pueblo se apinaba en derredor de la fuente principal del pueblo,(“la fuente negra”) esperando que al señor administrador se le diera la gana de cerrar su llave para que las gentes del pueblo pudieran tomar el agua que necesitaban para sus hogares, satisfaciendo así sus necesidades de tan vital elemento.
Estos abuses y otros muchos que seria largo enumerar, dieron origen al descontento general que existía entre la mayor parte de los vecinos de Huitzuco y alrededores. La miseria, la ignorancia, la insalubridad y la injusticia, eran las causas principales que mas castigaban a las clases humildes de nuestro pueblo. Así lo comprendieron y lo entendieron los hombres que se aprestaban a recurrir a las armas como único recurso para hacer cambiar la situación imperante. Como no tenían fe en las promesas del dictador de que entregaría el poder al que el pueblo eligiese. Y muy secretamente hacían preparativas para la revuelta.